domingo, 16 de agosto de 2009

Mi cuento de "fantasmas"

A petición del buen Ferni, les posteo mi cuento de fantasmas. Que en realidad no es de fantasmas (entendidos como apariciones similares a Gasparín), más bien habla de los fantasmas naturales que agobian al hombre, los que nacen de su naturaleza mortal y humana. Porque a veces los fantasmas nacen en nuestra mente o como resultado de desperfectos en nuestro cuerpo.

Espero les guste y me digan qué opinan, y si entienden de qué se trata.

Un saludo a todos!!!!!



Si no me hubieras conocido Marianela

Nunca pude olvidar la primera vez que me hizo sentir así. Cuando la conocí mi cuerpo completo se cimbró desde lo más profundo de mi ser, ni el viento ni mi voluntad pudieron detener mi inevitable caída al desconcierto cuando la tuve frente a mí.

Con su llegada quedaron atrás aquellas tardes soleadas y despreocupadas en el kiosco de San Luis, de mi bello San Luis de la Paz, los niños corriendo a carcajadas y las palomas navegando por la plaza. No hubo más sonrisas, los días se hicieron un poco más oscuros, ya no me dejó en paz.

En mi casa todo siguió con una calma aparente, como si no pasara nada. Ellos no sabían lo mal que me hacia su visita.

- Deja de llorar que muy pronto se marchará...

Parecía como si mis padres aprobaran su llegada, como si mis palabras enmudecieran ante su necia ignorancia.

Cada vez que sentía una extraña opresión en el pecho sabía que estaba por venir, era angustiante aquella conexión que establecieron mis sentidos y su llegada. Cuando sabía que estaba por entrar, corría debajo de la cama para que nadie me viera ni me escuchara temblar y sollozar, asustada, perdida, temerosa de lo que pudiera ser.

- ¡Es ella, es ella, está aquí otra vez! Virgencita de Guadalupe no me dejes sola, no quiero que vuelva a hacerme lo que ayer.

Comencé a estremecerme con su presencia, sentía como me tomaba y me hacia suya poco a poco hasta perder la conciencia. El aire adquiría un espesor agotante, la habitación se reducía a mi cuerpo.

El sudor que brotaba a chorros por mi piel se deslizaba por mis sienes, mi cuello, mis muslos y mi abdomen, mis huesos vibraban sin control y toda la sangre que en mí fluía ardía como magma que bajaba de un volcán. Mi cuerpo entero se convulsionó sin un sentido ni justificación.

Cuando se marchó, una incesante calma se apoderó de mí como queriendo ahogar con lágrimas el recuerdo de su visita. Recé tres noches seguidas para que no volviera.

No pasa nada - me dije una vez - sólo enfréntala y no volverá más a invadir estos terrenos que sólo a ti te pertenecen. Sonaron bonitas aquellas palabras de consuelo mas nunca fueron verdad.

Aún no comprendo quién la llamó o cómo es que llegó tan repentinamente a mi vida. Pero un día me arme de valor y decidí terminar con ella.

Fui a visitar a un viejo amigo de la familia para que me dijera qué hacer, no me dio respuesta inmediata, pero cuando lo hizo supe que no había marcha atrás. Sus palabras fueron un completo desconsuelo. Lo viví sola sin contárselo a nadie.

Días después ella llegó de nuevo, yo estaba sentada en aquel enorme patio de casa que se vestía de fiesta los domingos familiares, miraba los helechos amarillentos que pedían por un poco de agua, y los rosales bien cuidados de mi madre que me generaban envidia de todo el tiempo que ella les dedicaba, al fondo el viejo pozo que cavó el abuelo en sus mejores tiempos; la jacaranda al centro del patio con su sombrilla violeta, no me dejará mentir sobre lo que sucedió.

Podía ver como se acercaba a mí, corrí desesperadamente buscando refugio, auxilio. Mi respiración se agitaba más con cada paso, aquel patio se convirtió en un laberinto que no me dejaba ver su salida, no olvido esa horrible sensación de sentir sus pasos tras mi cuerpo queriendo hacerlo suyo.

Me topé con el viejo pozo y decidí acabar con ella. Maldigo el día en que te conocí y entraste a mi vida, le dije al mismo tiempo que la arrojaba por aquella excavación húmeda, no sé de donde saque fuerzas para hacerlo, pero después de eso una inacabable paz recorrió todo mi cuerpo, no sentía más temor, había terminado todo ya.

Recordé entonces las soleadas tardes en el kiosco de mi bello San Luis, las risas de los niños y las parejas de enamorados que de la mano se paseaban entre la gente, las campanas de la iglesia resonando en mis oídos, el sabor del agua de jamaica que bebía para apaciguar el calor, la sensación de mi cuerpo despreocupado que hace tiempo no sentía.

Ahogada en el fondo del pozo, nadie supo más de ella. Epilepsia, Marianela tenía epilepsia, confesó alguien alguna vez.


--O--

2 comentarios:

  1. Me gustó mucho, muchísimo... la caracterización de la epilepsia como un personaje que además nunca se presenta de manera explícita es genial. Pobre Marianela... Bueno, no sé si esto sea un cuento de fantasmas, pero igual es bueno..

    ResponderEliminar
  2. a pocas personas les gusta este cuento, creo que es porque no lo comprenden. que gusto saber que al menos a ti te agrado. Un abrazo!!

    ResponderEliminar