domingo, 2 de agosto de 2009

Tema 4: Cuento de fantasmas


El hombre ha buscado perpetuar su existencia de diferentes maneras, la trascendencia es prueba irrefutable de ello; nuestro andar en este camino puede marcarse en otros, no estamos solos.

El enigma que persigue a la muerte, el fin de las funciones vitales, la coexistencia al olvido, ha sido la obsesión de los vivos desde el principio, para traspasar lo que un día fuimos hay que doblegar las barreras del tiempo.

Las manifestaciones de los que fueron aparecen ante algunos para dar un mensaje, el recordatorio de la vida.

¿Y si ellos fuéramos nosotros viviendo el espejismo de vidas pasadas?
Yo no afirmo su existencia.
Charla con el espejo, no lo escucharás jamás.



"La fiesta en la sala”
Basado en un hecho real

Cuando eres estudiante sabes que te sales de tu casa para todo, menos para estudiar, tenía yo 23 años y "estudiaba" en Guanajuato la carrera de Comercio Internacional (misma que terminé 10 años más tarde en otra Universidad después de perder el tiempo en Houston), casi no asistía a clases, pero los miércoles no faltaba a la parranda con los amigos en el centro, conocíamos gente y bebíamos, en esa época casi no dormía pues la noche era larga y el día demasiado corto, no quería dejar escapar la vida que se me iba por las manos; a menudo pernoctaba en las bancas de las iglesias, simulaba estar orando y me quedaba dormido sin hacer ruido, en más de una ocasión la gente me despertaba preguntando por qué lloraba, en realidad no lo hacía, me salía alcohol por los ojos, indignados me corrían pero yo no quería hacerlo, simplemente no tenía otra opción, mi departamento se encontraba en las afueras de la ciudad.

Cierto miércoles bebimos hasta sudar margaritas, y pedí a Jonás, un compañero de la Universidad que me diera asilo, ya no quería despertar en las iglesias; él vivía en el centro de la ciudad en una casa antigua propiedad de su familia, era demasiado austera, tenía dos habitaciones, un baño, cocina, sala y comedor, todos conectados entre sí como en línea recta y para tan poca distribución de los espacios, puedo decir que estos eran amplios. Vivía solo con su madre, pues era hijo único. Para no importunar a su madre, me ofreció hospedarme en el sillón principal de la sala, muy cómodo por cierto, me dio sábana y almohada, el cubículo era demasiado oscuro, tenía un vitral cubierto por cortinas en el centro de la pared que da a la calle y había poca ventilación, solo las habitaciones tenían ventanas, pero esa sensación nocturna era justo lo que necesitaba, para ser las dos de la tarde, solo quería descansar y aún cuando ya no estaba ebrio, definitivamente no iría a clases, Jonás se fue a la Universidad, me dejó las llaves, un poco de jugo y un pan sobre la mesa de centro, estaba solo en la casa.

Cerré las pesadas cortinas de la sala, ya no había brillo y solo silencio, cansado me recosté en el sillón, no supe más de mi. Habrían pasado treinta minutos cuando una música antigua, como de un fonógrafo me arrancó del sueño, abrí los ojos y me encontraba en medio de una reunión social del Siglo XIX (lo supuse por las ropas), hombres de traje y sobrero de copa con los bigotes rectos, calvos sujetando sus lentes con las manos, mujeres con vestidos en holanes, blancos y largos, los peinados estilizados, abanicos que se mecían, maquillajes muy acentuados, el zapateo armónico de unos danzantes, las carnes firmes, por todo aquello puedo decir que eran como personas, unos charlaban plácidamente, otros soltaban carcajadas, muchos bebían en copas elegantes mientras sorbían con abolengo, pero lo más espantoso fue ver como algunos me miraban fijamente a los ojos conforme iba despertando, sonreían, volteaban las cabezas, la fiesta se detuvo, me llamaban con la mano, -ven- se leía en sus labios vivos de muerte, me tapé con la sábana, quería verlos desaparecer, como las pesadillas de sueños nocturnos, esto no era aquello, me pellizqué tan fuerte hasta marcarme la piel, era inútil en la realidad estaba yo con ellos, me destapé y seguían dispersos en la sala, seguía la música, seguía la reunión, me llamaban, el sonido agrio del fonógrafo desgarraba mis oídos, carcajadas silenciosas, ven, ven, risas, miradas locas, sombreros de copa, bastones, trajes negros, frente a mí la fiesta de la locura, sudaba frio, contaba, respiraba hondo, los miraba, no se iban, los veía, no se acercaban, me llamaban, quería gritar, quería llorar, quería salir volando, todos me veían cual bicho raro, cual engendro mal vestido, cual prole viviente, ya no hacían sus cosas, era yo quien estaba en sus ojos, en su frio firmamento, me cubrí la cara, bajé las manos y ahí seguían, me armé de valor levantándome rápidamente del sillón, encendí una a una las luces de la sala, abrí las cortinas y poco a poco se desvanecieron entre el resplandor del vitral, ya todo había pasado, me senté en el sillón y me puse a llorar como nunca en mi vida.


Experiencia (adaptada para este ejercicio) de mi primo Benjamín, contada en los tortuosos caminos de la Sierra de Victoria.

3 comentarios:

  1. Wow increíble historia!! No puedo imaginarme cuál hubiera sido mi reacción ante una situación similar!

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  2. Ciertamente es casi increible.., se me hace difícil pensar que algo así pase, o al menos de esta manera, o es que no sé qué tanto lo "adaptaste para este espacio" jaja, pero igual no descarto su veracidad, me gustaría vivir algo así...

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  3. Que impresión... no estamos solos... cómo moriri así nada más sin dejar algo entre los vivos???

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